Gustavo, el comunista asesinado
Una historia de Arturo Rodríguez.
A Gustavo Salgado, lo movía la convicción y el transporte público. En los diez años previos al día de su asesinato, quienes lo conocieron, lo recuerdan ir y venir en combi y autobús urbano. Incluso, el día que lo vieron por última vez, caminaba hacia la parada de una ruta rural, muy cerca del paraje Las Huilotas donde apareció desmembrado.
Gustavo tenía una logística personal impecable como usuario de transporte público, para participar de reuniones, concentraciones y gestorías trasladándose, en un mismo día, de las montañas limítrofes de Morelos con Guerrero a Cuernavaca, y aparecer a tiempo para una asamblea comunitaria, cercana la noche, en Amilcingo, en los territorios del volcán, y quizás llegar a Villa de Ayala, para pasar la noche en un campamento de protesta.
Al día siguiente, podía aparecer temprano con un colectivo de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, marchar en una de las llamadas acciones globales por Ayotzinapa que él había convocado, acompañar a un grupo medioambiental de Tepoztlán y, cerrar el día presidiendo una asamblea del Frente Popular Revolucionario (FPR), del que era dirigente en la entidad y miembro de su comité central.
Por su puntualidad, la noche del 3 de febrero, los acampantes de Ayala extrañaron su ausencia y, organizándose en grupos recorrieron comandancias de policía del Valle de Cuautla. Ese día encabezó por la tarde una reunión en la comunidad El Chivatero, en la localidad de Moyotepec, municipio de Villa de Ayala, con un grupo de jornaleros indígenas desplazados de la montaña guerrerense por la tormenta tropical Manuel que destruyó sus pueblos en 2013, quienes estaban empleados en campos cañeros, como mano de obra barata en hacinamiento paupérrimo.
Como a las seis de la tarde, esos campesinos sin tierra, a los que asesoraba para conseguir vivienda, lo acompañaron a tomar la combi para llegar a la carretera, donde abordaría el autobús urbano que lo llevaría al campamento de la cabecera municipal. No se volvió a saber de él hasta muchas horas después cuando lo encontraron muerto. Estaba decapitado y con las manos cercenadas.
Gustavo Alejandro Salgado Delgado era un comunista egresado de escuela de paga. Estudió relaciones internacionales en la Uninter, una universidad privada de Cuernavaca y dominaba el idioma inglés, por haber pasado un año en un programa de idiomas en Vancouver y por las clases bilingües que se impartían en la carrera.
De estatura media y corpulento, nadaba con soltura y no cabalgaba mal. Lo hacía con frecuencia desde los tres años de edad cuando aprendió poco después de haber llegado a vivir a Cuernavaca con su familia que abandonó la Ciudad de México en 1985, como miles más que abandonaron la capital del país aterradas por el devastador temblor.
Para ser dirigente del FPR, que recorría rancherías, juntas de colonos y pernoctaba en campamentos de protesta, Gustavo Salgado tenía gustos refinados. Desde niño, su madre le impuso su colección de clásicos y, adulto, seguía escuchando Mozart, Beethoven y Tchaikovsky. A eso atribuye Rosa, su viuda, el disgusto que le causaba la música comercial, aunque llegó a desarrollar apego al viejo “canto nuevo” y a las canciones de protesta, el ritmo que ambienta al movimiento social.
En un documental colocado en Youtube, “Gustavo vive, la lucha sigue (Morelos)”, Fidel Sánchez, vocero de los jornaleros de San Quintín Baja California, habla de su camarada morelense Gustavo. Se trata –dice Fidel– de alguien que no tenía necesidad de sumarse a la lucha revolucionaria, porque tenía cómo vivir bien, pero decidió luchar por los pueblos originarios.
Gustavo vive, la lucha sigue. El documental en YouTube.
El mismo video recupera expresiones de defensores de derechos humanos en Morelos, de alguna organización de comerciantes en pequeño, de campesinos, obreros y universitarios. Hay un común denominador en todos los entrevistados: podían no estar de acuerdo con su ideología, sus procedimientos, e inclusive, debatían con pasión con él, pero a final de cuentas, aparecía apoyando los diferentes movimientos sociales.
Los rastros gráficos que dejó Gustavo muestran a un hombre de barba cuidada y pelo desaliñado, mentón robusto de sonrisa fácil. Solía usar la camisa de fuera y empuñaba casi siempre su bandera roja. Hay varias fotografías con megáfono enmano y mochila a la espalda, además de videos con sus arengas incendiarias proclamando consignas que corean las concentraciones populares frente a inmuebles oficiales.
De no ser por Rosa, sería difícil imaginarlo participando en solemnes concursos de oratoria desde la secundaria Cristóbal Colón, con voz engolada y ademanes firmes, citando frases de la literatura universal con grandilocuencia, el tipo de evento en el que suelen reclutarse futuros cuadros del PRI, PAN o PRD.
El 10 de septiembre, cuando Gustavo cumpliría 33 años, los recuerdos de Rosa se agolpan: lejos de los partidos formales, optó por la formación marxista durante su etapa en la universidad y, de leer los clásicos de la literatura, tuvo por novela favorita “Así se templó el acero”, la obra basada en las vivencias que en la revolución bolchevique tuvo su autor, Nikolái Ostrovski, que como Gustavo, fue comunista y murió a los 32 años, pero por enfermedad y ocho décadas antes.
En 2003, cuando Gustavo fue a realizar sus prácticas profesionales a la secretaría de Relaciones Exteriores en la Ciudad de México, regresó a su casa desilusionado del sistema y decidió practicar lo que los comunistas llaman “internacionalismo proletario”.
El año de su graduación fue 2004, cuando se convirtió en uno de los organizadores del Campamento Internacional de la Juventud Antifascista y Antiimperialista, que se desarrolló en Ciudad Universitaria de la UNAM, una concentración bianual de jóvenes comunistas que cada vez tienen un país diferente por sede. A partir de entonces se aproximó a la Unión de la Juventud Revolucionaria de México (UJRM) y al FPR, organizaciones relacionadas con el Partido Comunista de México Marxista-Leninista (PCM-ML), la única militancia que tuvo, sin haber dejado de caminar lo mismo con La otra campaña en 2006, que con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011, pasando por huelgas, movimientos universitarios, la disidencia magisterial y hasta antes de morir, en las acciones de reclamo por lo ocurrido a los normalistas de Ayotzinapa.
Los dirigentes del PCM-ML denunciaron en 2014 que había una reactivación de la llamada “guerra sucia”, desde el 1 de diciembre de 2012, fecha en que Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia. Un ejemplo era Gustavo Salgado, vocero del partido en Morelos, que en el año próximo pasado a su asesinato fue hostigado y encarcelado por los cuerpos de seguridad locales.
El riesgo para Gustavo y para los dirigentes sociales en Morelos era y es permanente, no sólo porque el estado sea, oficialmente, el cuarto más violento de 2015 en México con 276 asesinatos de enero a julio o porque se haya mantenido entre los cuatro estados más violentos de la última década, sino porque en los tres años anteriores aumentaron las denuncias por agresión a movimientos sociales, señaladamente, contra los opositores a proyectos energéticos, mineros y de infraestructura carretera de competencia federal, que acusan golpizas, detenciones arbitrarias, tortura y asesinato, presuntamente perpetradas por cuerpos de seguridad local como el llamado Mando Único o por grupos de civiles armados al servicio de los gobiernos.
Omar Garibay Guerra, vocero del PCM-ML, recuerda por nombre y fecha a los comunistas asesinados y desaparecidos de las últimas cuatro décadas, pero en mayo de 2014, cuando aseguraba que se había reactivado la “guerra sucia”, mencionaba como un caso destacado el de Gustavo Salgado que, el 20 de marzo anterior, fue encarcelado bajo cargos de resistencia de particulares y faltas a la autoridad. Lo sabían en riesgo.
El FPR reclama desaparecidos desde 1989, y Florentino López, el dirigente de la organización, también se sabe de memoria nombre, fecha y lugar de desaparición: Manuel González, en Tuxtepec Oaxaca (1989); Gregorio Alfonso Alvarado López, en Guerrero (1996); Lauro Juárez, costa oaxaqueña (2007); Gabriel Gómez Cañas, Orizaba Veracruz (2011). Hasta la detención de Gustavo, en marzo de 2014, contaban sólo tres presos en Oaxaca, pero en el transcurso de 2015, se sumaron otros 25 presos al listado.
Gustavo marchó aquel día 20 de marzo de 2014 con el Frente Ciudadano contra la Ley de Ingresos, una disposición recaudatoria que en el congreso local planchó con aplanadora el gobernador perredista Graco Ramírez, que implicaba incrementos de hasta 480% en el pago de servicios.
Una vez libre, entre septiembre de 2014 y febrero de 2015, el FPR documentó amenazas y vigilancias policiacas inusuales sobre Gustavo, señalando en repetidas ocasiones a José Manuel Tablas Pimentel, el alcalde panista de Villa de Ayala y al gobernador de Morelos, Graco Ramírez Garrido Abreu, como responsables del hostigamiento.
Dos meses después del asesinato de Gustavo, un bisnieto del revolucionario Emiliano Zapata, junto con su abogado, Uri Olivares Adame, fueron tiroteados. El joven resultó ileso y el abogado sobrevivió a una herida de bala próxima a la base del cráneo. Jorge Zapata, nieto del caudillo y padre del joven agredido, se opone a la imposición del Proyecto Integral Morelos, que podría dejar sin agua a los campesinos de Ayala como él.
Por entonces, había ganado un amparo que frenó la obra y tenía un campamento de resistencia, porque con todo y amparo, las maquinarias avanzaban en la construcción de un acueducto, con las facilidades del entonces alcalde Tablas Pimentel, que ahora es diputado en Morelos.
Los miembros del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua de Morelos, Puebla y Tlaxcala, que se oponen como Zapata al proyecto energético, conocían bien a Gustavo porque los había acompañado en diferentes oportunidades. Y también sabían de las acciones represivas del alcalde de Villa de Ayala.
Manuel Tablas es uno de esos personajes de muy pocas bondades: sobre él pesan denuncias de corrupción y desvíos millonarios que se indagan en el fuero federal; agresiones contra comuneros inconformes y, para el FPR, “los Victorinos”, detenidos y procesados como asesinos materiales de Gustavo, están vinculados al exalcalde Tablas y a los caciques cañeros de la zona.
“Los Victorinos”, son un grupo de indígenas tlapanecos a quienes la policía estatal con apoyo del Ejército detuvo el 5 de febrero, horas después de localizar el cuerpo mutilado de Gustavo. Fue así como se encarceló a Victorino Marcelino Hernández, Héctor Ortega, Lidio Marcelino Mateos y Víctor Marcelino Mateos, quienes habrían usado machetes para desmembrar al comunista.
La defensa insiste en que “Los Victorinos” son inocentes y acusa anomalías en la investigación del caso que, para el gobierno estatal se trata de un asunto entre particulares más no político, por lo que la indagación sobre Tablas Pimentel y otros políticos morelenses jamás se abrió, muy a pesar de las exigencias, entre otras, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que el 12 de febrero llamó a las autoridades a escudriñar si el asesinato se relacionaba con el trabajo del dirigente del FPR.
Mientras exigencias y “verdad histórica” se difundían, el nombre del líder social asesinado empezaba a invocarse en otros movimientos, como el Frente Cívico Morelense “Gustavo Alejandro Salgado Delgado”.
El mismo día de la detención de “Los Victorinos”, representantes de numerosos movimientos sociales morelenses formaron un cortejo fúnebre multitudinario. El ataúd cubierto por banderas rojas, cada una con el amarillo relieve de estrella y encimados en ésta, negros como de luto, la hoz y el martillo, emblema del PCM-ML. Unos llevaban en hombros los restos de Gustavo, otros caminaba con el puño en alto al ritmo de La Internacional.
Fuente: http://represion.proceso.com.mx/6/